domingo, octubre 26, 2008

Santes Creus 2008: compensando con imaginación la falta de una buena cuesta.

El pasado viernes, después de salir del curro, una vez más realizamos una de nuestras habituales proezas en tetris.

¡Incluso descubrimos una nueva, estupenda, y posiblemente ilegal forma de cargar los hierros más engorrosos!



Nuestro destino: Santes Creus. Un pueblo de Tarragona en el que este fin de semana se celebraba un evento de recreación medieval, a pesar de que el pueblo es claramente inadecuado para hacerlo: no tiene cuestas pronunciadas por las que subir y bajar una y otra vez con todo el equipo puesto. ¡Así no se puede recrear en serio, ande va usté a pará!

Eso sí, todo hay que decirlo, tiene algunas características que ayudan a compensar esta gravísima deficiencia. Para empezar: que está donde Cristo perdió la gorra, a mano izquierda.

Así que, a pesar de salir a media tarde, llegamos bien pasada la media noche. Una vez allí, nuestros amigos de la Orden del Acero Negro nos ayudaron a descargar y montar las tiendas, incluyendo un mamotreto que no habíamos montado nunca antes; y que cabía entre los árboles gracias a un golpe de suerte. Y, sobre todo, a que la montamos torcida para que encajara. ¡Madre, qué monstruo de tienda nos hemos agenciado!

Después de un buen rato pegándonos con las tiendas, éramos conscientes de lo avanzado de la hora, y de que la única opción sensata era acostarse de inmediato para estar frescos y descansados al día siguiente. Así que, dicho y hecho, actuamos en consecuencia.


El sábado por la mañana nos esperaba un apretado programa de recreación. Nos levantamos temprano, y lo primero que hicimos fue ataviarnos de forma estrictamente histórica, según el rigor y la seriedad que nos caracteriza.

La jornada comenzó con el concurso de lanzamiento de hachas y cuchillos, que sin duda estuvo dominado por la acertada visión de los organizadores: el blanco rondaba los veinte metros cuadrados. Claramente, una extraordinaria muestra de previsión y clarividencia.

Hubo otros dos factores relevantes en esta competición: la inconmensurable falta de destreza a la hora de lanzar los hierros, y la incomparable brutalidad con que se afanaban los participantes en dicha tarea.

Si llegas a ser el enemigo al que lanzan las hachas, sin duda estás muerto. Y si el hacha llega a pillarte con el filo por delante, ya ni te cuento. Resumiendo: la inmensa mayoría de los proyectiles rebotó, dado que no llegó a golpear con el filo, sino con el mango. Y, aún así, alguno logró atravesar de parte a parte el blanco, independientemente de haber golpeado con el mango, de puro animal que fue el lanzamiento.

Una competición fascinante, que todos seguimos con el máximo interés.


La cosa se alargó más de lo previsto, momento que aprovechamos para dar un último retoque al yelmo que habíamos preparado para la OAN: añadirle un par de correas de cuero para que se sujetara en la barbilla.

No entraremos en detalles sobre lo arduo de quitar remaches, pero diré que es una tarea bastante larga. Lo suficientemente larga como para que G y Conde se pusieran a hacer el payaso con los cuernos de beber que Arant y yo nos habíamos agenciado para este viaje.


Pero no todo era hacer el idiota. El programa estaba cuajado de pruebas muy serias, como la muy épica carrera de 100 metros casi, casi lisos, cuesta arriba, con escalones... y, sobre todo, con cota de malla.


Así fue pasando el día, y al final no hubo tiempo ni para la algarada; así que se pasó directamente al desfile y la ofrenda. Cada cual fue preparándose como pudo. La OAN aprestaba a sus terribles sabuesos de guerra...


...mientras Arant y yo hacíamos una reparación de emergencia a un escudo de uno de los miembros de la Mesnada Mercenaria de los Mesnaderos Menesterosos, unos tipos realmente geniales, que destacan por su enciclopédico e hilarante conocimiento de los diálogos de los Monty Python.



¡Y no sólo por eso! También están preparando la técnica de intimidación definitiva, que, si bien puede ser del siglo XIII, tal vez esté geográficamente algo distante de la Europa medieval. Pero, eso sí, imagina a diez o doce tipos con armadura haciendo esto frente al enemigo, y el estado en que quedarían las calzas de éste.



Y por fin toda la panda preparada para el desfile. Sí, Arant se ha comprado una lata de sardinas para meter la cabeza dentro, en efecto.


Empezamos bajando a lo más profundo del pueblo, para poder disfrutar al máximo de la escasa cuesta que pudiéramos aprovechar. Eso sí, al solemne ritmo de los tambores.



El destino de la procesión era realizar una ofrenda ante la tumba de Pedro III el grande. Y debo decir que la solemne marcha por los elevadísimos pasillos del monasterio, completamente ataviados de época, realmente le transporta a uno a pleno medievo. Por cierto, el no llevar gafas por esos resbaladizos suelos de piedra llenos de sorpresivos escalones puede transportarle a uno, no sólo al medievo, sino también al dentista.

"Que los grupos pasen a los bancos"... Eso, a entrar con un escudo, espada al cinto, una lanza, bandera o hacha en la otra mano, toda la armadura, y chorreando sudor, en el estrechujo espacio de unos bancos de iglesia; para quedarte ahí de pie un buen rato mientras no te enteras de nada. Vale, por fin la cosa empieza a tomar visos de recreación como debe ser. Agotamiento, dolor, y vértebras hundidas; tal como dictan los cánones.

Uno se plantea que estar cubierto dentro de una iglesia era algo impensable, y más cuando lo que llevas es un yelmo metálico. Pero a ver quién es el guapo que se pone a hacer malabares con los hierros y se arriesga a que se le caiga estruendosamente el equipo al suelo mientras intenta quitarse el casco.

Y de nuevo a salir en solemne procesión, antorchas, rápido escaqueo para quitarse los hierros, y a cenar ciervo y jabalí. ¡Que no se diga que no nos dieron bien de comer, hombre!

Y después de la cena... después de la cena vino lo peor. Volvimos al campamento, nos sentamos alrededor de la hoguera, y... ¿por qué demonios todo el mundo se puso a cantar canciones populares de los años sesenta de la peor especie?

Bueno, a pesar de todo, la velada junto a la hoguera no estuvo nada mal. (Señores de la OAN, me tenéis que pasar cuanto antes la receta de ese vino especiado. Vale que estaba un pelín largo de pimienta, pero era toda una experiencia; y tengo una comida familiar en breve en la que me encantaría servirlo)


La gente se fue retirando, y al final quedamos Frei Galcerán, Coalheart, y su seguro servidor; que finalmente se retiró a la voz de:

Axil: Creo que me voy a la cama, que para mi que eso que brilla hacia el Este va a ser la luz del amanecer.

Frai & Coalheart: No, qué va, eso son las luces de la petroquímica.

Axil: Que sí, que sí, como digáis. Pero lo que es yo, voy a gatear hasta la tienda; y mañana hablamos.


¿Y qué más puedo contar? Al día siguiente recogimos los bultos y salimos para Madrid. Algo tuvimos que dejarnos allí, porque las cosas cabían mejor en la furgoneta a la vuelta que a la ida.

Sé que finalmente se llevó a cabo una batalla el domingo a mediodía, y que hubo cierta polémica sobre las medidas de seguridad de la misma. Pero de eso no puedo dar fe directa, así que me abstendré de hacer comentarios al respecto.

Porque, sobre todo, somos personas muy serias que jamás comprometeríamos nuestra imagen por una trivialidad sin fundamento. Sobre todo, sus seguros servidores Coalheart y yo mismo, posiblemente las personas más rectas y formales que puedan llegar a conocer vuestras mercedes, nunca perderíamos la compostura por una nimiedad.

jueves, octubre 16, 2008

Cuchillería: si es que hay artesanos a los que deberían prohibir trabajar.

Pues sí, hace ya un tiempo me dio por conseguir un cuchillo artesano; pero vamos, sólo por aquello de tener algo con que cortar la comida en los eventos de recreación, nada que ver con que me gustara la idea, o porque me diera un capricho.

Y claro, idiota de mí, no se me ocurrió otra cosa que encargárselo a Germán Gregorio. Si es que ¡a quién se le ocurre!

Lo primero, el tío pesado se tira un montón de tiempo preguntándote por los detalles que quieres en el cuchillo, y enviándote planos para que des tu visto bueno o le indiques cambios. ¡Eso ya es lo último! ¡Es él el que tiene que saber cómo hacer un cuchillo! Vamos, querer que el cliente le dé especificaciones claras... ¡ni que fuera un informático, oye!

Cuando por fin conseguí convencerle de que sí, de que que ese era exactamente el cuchillo que quería, lo fabricó y me lo envió. Ayer mismo me llegó. ¡Qué desastre!

¿Habéis visto el aspecto de la hoja? En lugar del saludable aspecto del acero inoxidable industrial ¡la ha hecho de acero de damasco, forjado a mano! ¡Hay que ser cutre! ¡Y encima bien revelado para que se note! Si es queeeee... Bueno, y no os lo perdáis, que encima, es que lo ha hecho a partir de un cable de acero trenzado. Hay que fastidiarse, qué pedazo de chapuza.

¿Y el filo? ¡Hay que fastidiarse con el filo!



¿Habéis visto? Claro, se creerá muy listo, mandándome un cuchillo afilado de esa forma. Y ahora ¿de qué le hago yo una vaina a eso? ¿De adamantium?

Ya, ya sé lo que estaréis pensando: dentro de lo malo, al menos ese filo exagerado desaparecerá en cuanto enfrente el cuchillo a algo un poco más duro. ¡Pues ni siquiera ese consuelo tengo!



Algo realmente impresentable. Y no acaban ahí los problemas. ¿Os habéis fijado en el mango? Pues es de una madera durísima, sin la más mínima holgura con el metal ¡Así no hay manera! ¿A eso le llama Germán un cuchillo artesano? ¡Tendría que tener huecos y bailar un poco! ¡Así nadie se puede creer que sea hecho a mano!

Un auténtico desastre. No contento con todo esto, es que el tío incluso ataca las bases mismas del marketing establecido. Sabéis que El Corte Inglés triunfó con su agresiva política de "si no queda satisfecho, le devolvemos su dinero". Vale, pues hasta este sagrado pilar de la moderna empresa derrumba Germán. No os voy a dar los detalles, porque son demasiado sórdidos; pero hace quedar al honrado empresario que creó ese lema como si fuera un estafador barato que abusa de sus clientes. Una vergüenza.

Y lo peor, lo peor de todo, es que el tío va por ahí en plan bellísima persona, y sin darse un pijo de importancia. ¡Este tipo de artesanos debería estar prohibido! Con gente así suelta por el mundo ¿cómo van a poder hacer nada los aficionados que empiezan en esto? Ardo de justa indignación, y espero que el gobierno tome préstamente cartas en el asunto, porque esta situación es claramente inadmisible. ¡Hay que prohibir de inmediato que haya artesanos tan buenos por ahí, haciéndonos sombra a los demás!

domingo, octubre 05, 2008

La malla remachada (4): El colmillo del tigre contra el ojo de la serpiente (o cómo remachar las anillas)

- Oh, Axil-sensei, creo que ya domino la técnica del Ojo de la Serpiente. ¿Qué nuevos secretos debo aprender ahora?

- Mi joven aprendiz, una vez has recorrido el camino del Ojo de la Serpiente, deberás adentrarte en los místicos senderos del Colmillo del Tigre.

- ¿El Colmillo del Tigre? ¡Jo, Axil-sensei, qué nombre más guay!

- Es por eso por lo que me lo acabo de inventar, pequeño áptero. Y, por cierto, si tanto te gusta, es posible que debas ver menos películas de kung-fu de los ochenta.

- ¿Y cómo me inicio en los senderos del Colmillo del Tigre, Axil-sensei?

- Los primeros pasos del sendero, mi curioso efemeróptero, son sencillos como las melodías de un Casiotone. Debes empezar por hacerte con unas tenazas.

- ¡Voy corriendo a por ellas, Axil-sensei!

- ¡Espera, mi atolondrado celífero! Antes debes instruirte en las características de la tenaza que debes buscar.

- Sí, maestro, humíldemente escucho vuestras enseñanzas.

- Bien harás entonces, obediente alumno. Lo primero que debes saber es que las tenazas deben ser cabezonas, como el buey que trabaja en el arrozal. Tan llenas de carne como el abdomen del más rico de los comerciantes, de forma que puedas trabajarlas sin problemas.

- Muy bien, Axil-sensei. ¿Qué más debo saber?

- Atiende a mis palabras, joven embióptero. Los asideros de la tenaza deben ser rígidos, como el sólido roble que se enfrenta inflexible a los elementos. Porque, si fueran flexibles como el árbol joven, al apretarlos acabarían por chocar el uno contra el otro, y perderías tu sendero.

- Entiendo, oh noble maestro. ¿Debo conocer algo más?

- Nunca olvides que lo que aún te queda por aprender sólo estará limitado por tu propia ignorancia, ínfimo ortóptero. Para empezar, debes saber que, con la tenaza cerrada, sus mangos deben quedar separados, como un compás. Porque, si están cercanos, como los enamorados en primavera, una vez modifiques la cabeza de la tenaza acabarán chocando entre sí, como hacen los malos conductores en las glorietas. Y entonces, habrás perdido tu sendero.

- Creo que lo entiendo, Axil-sensei. ¿Es eso todo?

- "Todo" es una palabra muy grande, mi querida larva de hemimetábolo. Pero debo reconocer que sólo me queda un último consejo para ti: procura que las tenazas sean baratas, como los ropajes del monje humilde. Porque así tu enemigo no será de acero impenetrable, sino blando y maleable; y fácil de trabajar, como el barro de los campos. Y ahora, querido hexápodo, puedes partir en busca de tu camino. Vuelve cuando comprendas en lo profundo de tu corazón que tus pasos te han llevado por la segura senda de tu destino. ¿De qué te ríes, insignificante apócrito?

- Verás, maestro, es que llevas un buen rato utilizando símiles para describirme una herramienta que debe tener el mango rígido, y la cabeza tan gorda y llena de carne como sea posible. O ser abierta de patas y barata. Y se me ocurre que también podías haberla comparado con una ...

¡PLAS! resonó el golpe de la Ardilla Empanada que el maestro aplicó -con la mano abierta- a su aprendiz.

- No te pases de listo, inmadura fase metamórfica de lepidóptero. Y, ahora, parte en tu búsqueda, y no olvides nunca las sabias palabras de los ancestros:


- Axil-sensei, ya tengo las tenazas adecuadas. ¿Qué más debo hacer ahora para adentrarme en el místico camino del Colmillo del Tigre?


- Ahora, mi querido afídido, debes usar tus mejores técnicas para arrancarle los dientes a la tenaza.

- ¿Te refieres a la temible patada voladora, Axil-sensei?

- Pero qué brutito eres, mi violento lucánido. Me refiero a la radial y a un buen rato con los discos de pulir, hasta dejar dos superficies planas, bien lisitas, y que encajen entre ellas lo mejor posible.


- Una vez las tengas, dermáptero campestre, tienes que hacerles algunos agujeros.

-¿Utilizando la secreta técnica de los Dedos Perforadores?

- A veces pareces medio idiota, mi molesto anopluro. Utilizando un taladro. Lo primero es un agujero del mismo diámetro que la broca de tu punzonadora (1'5mm, si has seguido mis enseñanzas al pie de la letra) y tan profundo como puedas; al menos cosa de 3mm. Este agujero servirá para encajar el colmillo del tigre hasta el fondo del ojo de la serpiente. Y recuerda, histérido, que para taladrar metal con una broca tan fina, tienes que lubricar el agujero cada poco tiempo, como hace el soldado que cuida su arma. ¿De qué te ríes, risueño meloideo?

- Nada, nada, maestro, cosas mías.

- Uhmmmm. Está bien. Sigamos. Los otros agujeros se utilizarán para aplastar el remache. El gran Hunco Hulio-sensei no utiliza más que un agujero adicional, pero no todos podemos aspirar a dominar su refinada técnica. Deben ser poco profundos, como el arroyuelo a finales de verano, para así aplastar correctamente el hierro.

- ¿Puedes darme más detalles, Axil-sensei?

- ¡Claro, mi pequeño crisomélido! Uno de ellos está hecho con la misma broca de 1'5, y el otro con una fresa para la Dremel. Pero... hay algo que debes saber, mi buen cerambícido.

- ¿Qué es, oh Axil-sensei? Te noto como... como... no sé, maestro... inseguro, o tal vez avergonzado.

- Verás, zumbón escarabeido, lo cierto es que yo mismo aún no domino del todo los detalles de esta técnica. El agujero hecho con broca es de cosa de un milímetro de profundidad, y el de la Dremel apenas un rebaje, no llegará ni al medio milímetro. Pero sin duda todos podríamos aprovechar las enseñanzas del sabio Hunco Hulio-sensei, cuya legendaria habilidad supera en magnificencia al espectáculo de los cerezos en primavera; y que tal vez tenga a bien regalarnos con algún sabio consejo.

- Axil-sensei, creo que tengo un problema con esta técnica.

- Muéstrame el obstáculo y, si está en mi humilde mano, intentaré ayudarte a superarlo, preocupado homóptero.

- Verás, maestro, la tenaza no abre lo bastante como para hacer los taladros. No cabe la broca en ángulo recto.

- ¡Ah, en efecto, eso es tan cierto como que las piedras se hunden en el agua, mi consternado plecóptero! Utilizarás de nuevo tus técnicas para abrirla más y que quepa la broca.

- ¡Sí! ¡Usaré la técnica de la Fuerza del Dragón del Norte para forzar brutalmente las tenazas!

- No, empanado psócido, no. Usarás una amoladora para rebajar las partes de la tenaza que tropiezan entre sí e impiden que se abra más. Y, una vez lo hayas logrado, habrás terminado la primera etapa del camino del Colmillo de Tigre. Ahora, tus herramientas ya están preparadas, como lo está el shogun ante la batalla.

- Vale, maestro, pero... sólo tengo unas tenazas llenas de agujeros. ¿Cómo debo utilizar ahora la técnica del Colmillo del Tigre?

- Ah, buena pregunta, esmirriado neuróptero. Ahora deberás preparar los temibles colmillos, también conocidos como ¡los remaches de hierro!

- ¿Y cómo hago eso, Axil-sensei?

- Hay quien usa el mismo alambre que para las anillas, aplastado a martillazos. Pero lograr que quede del ancho adecuado es complicado, como el rompecabezas que sólo los sabios pueden resolver. La técnica que a mi me enseñó el sabio Hunco Hulio-sensei resulta satisfactoria, y es la que te voy a transmitir, revoloteador crisopo. Harás los colmillos con chapa de hierraco de más o menos 0'8mm, que cortarás en tiras de dos o tres milímetros de ancho.

- Me tienes intrigado, Axil-sensei. ¿Qué hacemos ahora con estas tiras?

- La respuesta es simple, pequeño odonato. Con las mismas tijeras de cortar chapa, vas haciendo triangulitos de las tiras que cortaste antes.


- ¡Y esos son los Colmillos del Tigre!

- Exacto, joven mantodeo. Ahora sólo te hace falta hacerlos pasar a través del ojo de la serpiente. Seleccionas un colmillo del tamaño adecuado para la anilla, lo colocas sobre el ojo y...

- Maestro, tengo un problema. No consigo agarrar bien los remaches, se me escapan entre los dedos. Es que tengo los dedos gordezuelos y algo torpes, hasta hay quien dice que tengo las manos como racimos de po...

¡Plas!

- ¡Vale, maestro, vale; pero no sigas con la técnica de la Ardilla Empanada!

- Si se te escurren los remaches, usas unas pinzas, mísero plecóptero.

- Y ahora no tienes más que usar las tenazas que has modificado. Colocas la anilla de forma que la punta del remache esté sobre el agujero más profundo de las tenazas ¡y aprietas con la fuerza del dragón!

- ¿Y qué obtendremos con eso, Axil-sensei?

- Buena pregunta, agudo dermáptero. Si todo ha salido bien, el colmillo del tigre habrá atravesado de parte a parte el ojo de la serpiente, y asomará un buen trozo por el otro lado.


- ¿Y cómo se cierra el remache, Axil-sensei?

- La respuesta a eso es tan sencilla como plegar papel, mi buen tisanóptero. Repitiendo la operación en el agujero ancho y curvo. Si ves que el remache ha quedado muy largo, puedes hacerlo antes sobre el agujero fino y poco profundo, para que así se aplaste un poco sin llegar a doblarse.

- Pero, Axil-sensei ¿la idea no es precisamente doblarlo para que no se salga?

- ¡Ah, nada más lejos de la realidad, inocente friganio! No quieres que se doble, quieres que se aplaste y se moldee, hasta formar una redondeada cabeza de remache.

- ¿Y por el otro lado, Axil-sensei?

- Por el otro lado quedará totalmente plano, curioso mecóptero.

- Asombroso, Axil-sensei. ¿Hay algo más que deba saber sobre esta técnica? ¿Cómo debo tejer este tipo de anillas, maestro?

- ¡Ah, pequeño psócido! ¡Tus ansias de conocimiento te honran, pero el saber debe dosificarse para no abrumar! Concéntrate en dominar el Colmillo del Tigre, y más adelante habrá tiempo para profundizar más en este arte. Porque, pequeño saltamontes, al principio siempre es duro dominar una nueva técnica.