miércoles, abril 29, 2009

Cuchillería: una vaina sin (tantas) prisas.

Ya hace algún tiempo hablé del magnífico cuchillo que le había comprado al maestro Germán Gregorio; y de la vaina que hice a toda prisa para poder llevarlo al siguiente evento con cierta seguridad.

Como cualquiera pudo ver, la vaina me quedó más digna de David Crockett que de Ivanhoe.

Ha llegado el momento de hacer una vaina nueva. Así que os voy a contar la historia de una vaina más historiada y más histórica.

Lo primero era documentarse un poco, porque la verdad es que no tenía ni la más remota ida de cómo era una vaina de cuchillo de la edad media. Algunos amigos me habían pasado algunas imágenes de lo más interesante hace algún tiempo, y aunque tenía un par de ideas en mente; aún no tenía nada demasiado claro.

Hasta que me hice con este estupendo librito:

Creo que ya había comentado algo antes sobre otro libro de la misma serie. En ellos, se analizan hallazgos medievales realizados en Londres, en los bancos de las orillas del Támesis. Al parecer, entre los siglos XII y XV se estuvo ganando terreno al río, por el expeditivo método de echar todo tipo de basura y desechos hasta conseguir que sobresalieran del agua; y entonces llamarlo "mi parcelita a orillas del Támesis".

¿Cuál es el resultado? Un entorno fangoso, básicamente anaeróbico, en el que todos los restos se conservan maravillosamente; incluso los materiales orgánicos como el cuero. ¡Ah! y con todo perfectamente datable por diferentes medios, entre los que destacan las monedas y similares que siempre acaban salpicando la basura.

Vamos, que si un arqueólogo moderno hubiera podido viajar en el tiempo para organizarlo a propósito, no hubiera cambiado ni una coma del proceso.

En el libro en cuestión he aprendido, por ejemplo, que el tipo de mango de mi cuchillo es posterior a la época habitual para la que fabrico cosas: los cuchillos de cachas (también llamados de espiga completa; la inmensa mayoría de los que se ven hoy en día) en los que el mango se fabrica con dos piezas unidas a cada lado del metal, no aparecen hasta los siglos XIV o XV. Antes de eso, lo normal eran los cuchillos de espiga oculta (una espiga "clavada" en el mango, de forma que no se ve desde el exterior) Aquí os dejo una imagen de un cuchillo de espiga oculta (aunque para nada medieval) desmontado:

Y también he aprendido que la práctica totalidad de las vainas encontradas estaban fabricadas en cuero de becerro. Incluso hubo una directiva gremial en el Londres del SXIV que prohibía emplear ningún otro tipo de piel para las vainas; aunque no tengo la menor idea del motivo.

La práctica totalidad de las vainas estaban densamente repujadas y grabadas; vamos, lo que se llama horror vacui; casi siempre con motivos distintos en la parte de la hoja y la parte del mango. ¡Ah! y varias tenían incluso restos de pintura.

¿Parte de la hoja, y parte del mango? Pues sí, las vainas solían cubrir una buena porción del mango, ir cosidas por un lateral; y era muy normal que tuvieran ranuras en las que insertar tiras de cuero para colgarlas. El lado sin costura era la parte frontal, visible y decorada.

Y como el libro incluye detalladas ilustraciones de un enorme número de vainas, no tuve más que buscar algunos motivos que me gustaran, y que encontré en un par de vainas del SXIII. Así que al scanner, un pequeño ajuste de tamaño para adecuarse a las dimensiones del cuchillo, y estamos listos para empezar.

El mango llevará un típico motivo entrelazado, y la hoja un... un... ¿qué demonios es ese bicho? ¿un dragón? ¿un grifo? ¿un faisán orejotas? Bueno, un pajarraco.

Siguiendo los consejos del maestro Lupercio, había comprado un buen trozo de becerro engrasado para hacer zapatos, así que ¿por qué no seguir las indicaciones gremiales, y utilizarlo también en la vaina?

Dicho y hecho. Se corta una esquina (ya sabes que más vale que sobre a que falte; en mi caso sobra mucho porque era una zona muy estropeada y poco utilizable) y se van transfiriendo los motivos decorativos con un punzón.


Aunque no tengo constancia de que esta técnica sea histórica, sé que me facilitará la vida al repujar, así que corté la flor del cuero siguiendo las líneas principales del dibujo.


Ya conoces el proceso: al agua un rato, y a repujar con cuidado. ¿Cómo que quieres que te explique cómo repujar? Anda, anda, que ya te contaba cómo iba la cosa hace siglos.


Hay que marcar el cuero con bastante profundidad, porque cuando se le da forma a la vaina, el cuero se estira y el repujado se atenúa. Mucho.

Para cerrar la vaina, empleé la misma técnica que ya usé hace algún tiempo en una vaina de espada.

Lo primero es cubrir bien el cuchillo en plástico de cocina, para evitar en la medida de lo posible que la humedad del cuero oxide el cuchillo.

Y a envolver el cuchillo con el cuero, y sujetarlo por detrás con un par de mordazas para poder coserlo. ¡Ojo! No te pases demasiado en el ajuste en la zona del mango, que según la forma que tenga el cuchillo, luego se puede atascar en la vaina.

¡Y a coser de extremo a extremo!

Yo empecé del centro hacia el mango, y terminé del centro a la punta. Pero la zona de la punta me ha quedado un tanto chuchurría, así que mejor no me hagas mucho caso en esto, y usa tu propio criterio.

Una vez cosido, cortas el cuero sobrante de la costura, y, muy importante, repasas un poco el repujado en las zonas en que se haya diluído al estirar el cuero. Y también puedes hacer un cierto repujado simplote en la parte trasera de la vaina (ya hemos hablado del horror vacui ¿verdad?)

Puedes ver que yo aproveché para cortar las ranuras de las que colgar luego la vaina, y que así el cuero se seque con la holgura necesaria para que quepan bien las correas.

Y a dejar secar bien secado antes de darle una buena lijada al borde de la costura, para dejarlo igualado.

Y aquí es donde empecé a liarla.

No estaba del todo satisfecho con el aspecto del repujado, y me dio por resaltarlo un poco con betún de Judea. Sí, sé que es una decisión muy discutible, pero me daba la impresión de que el dibujo no se veía lo bastante.

Y se me había acabado el betún de Judea. Y, por una serie de circustancias que no vienen al caso, acabé con un bote de betún de Judea... en spray.

Un invento del demonio, imposible de manejar en cosas pequeñas como ésta. Y entre que no me apañaba con el betún, y que, para qué negarlo, el repujado tampoco era un trabajo perfecto... al final acabé resaltando las líneas del dibujo de tal forma que parecía que, más que repujarlo, lo había pintado con un boli BIC.


Así que a hacer la chapu para apañarlo un poco. Se humedece un poco el cuero, y con un granete se va picando con cierta profundidad todo el fondo del dibujo. Lo había hecho antes con un buril acabado en una especie de punta plana, pero está claro que al estirar el cuero desapareció gran parte de ese estampado, y el betún de Judea no tuvo dónde entrar.

Y después de eso, nueva pasada con betún de Judea; esta vez aplicado sólo en el fondo del dibujo con un pincelito. Y tampoco hay que exagerar mucho a la hora de frotar para igualarlo, que si uno se pone con suficiente interés, acaba por eliminar el betún por completo, y volvemos al efecto boli bic.


Para otra vez, me parece que me decantaré, o bien por dejar el cuero repujado tal cual, o bien por policromarlo del todo.

¡Ah! Y no, no hace ruidos espectaculares cuando sacas el cuchillo de la vaina. ¡Qué le vamos a hacer!

sábado, abril 18, 2009

Los guanteletes (8): Ponerlo todo junto.

Habíamos dejado el tema de los guanteletes con todas las piezas más o menos terminadas. Ahora es el momento de montar todo el invento.

Lo primero es seguir con los dedos. Tus dedos son cosas bastante frágiles, y quieres llevarlos tan protegidos como sea posible. Y como un mal golpe puede acabar con un remache clavado en tus nudillos, lo suyo es acolcharlos un poquito. Yo empleé un par de capas de paño de lana, de un retal que le había sobrado a Arant cuando confeccionó las capas y el sayo.


Un poco de cola de contacto, un poco de paciencia, y listo. Y, con un poco más de cola de contacto, podrás pegar los dedos, ya acolchados, a los guantes que harán de base de todo el asunto.


Y, efectivamente, la pestaña de cuero que sobraba en las punteras va doblada hacia la yema del dedo, y sirve para que todo quede bien unido y no se despegue en mitad de un mandoble.


Pega sólo hasta donde termina el metal. Sobre todo, asegúrate de dejar el acolchado sin pegar al cuero a partir de ese punto; te hará falta tener el cuero suelto para remacharlo más adelante, y el acolchado para cubrir esos remaches.

Y volvemos a las piezas de las manos. Como siempre, fijamos las piezas con tornillos para terminar de ajustarlas. Aprovecharemos para colocar una correa de cuero, cerrada con una hebilla, que envolverá la muñeca, y que soportará el peso del guantelete cuando bajemos la mano. (Gracias por el apunte, Rorro)


La pieza del dorso de la mano y la de la muñeca van unidas con remaches de cabeza redonda. Puede ser complicado colocar esos remaches, no están en un lugar demasiado accesible y no es fácil apoyar la cabeza de los remaches. Así que la cosa requiere una herramienta especial, similar a la que en su momento publicó Harald: una barra metálica en cuyo extremo haces un hueco semiesférico en el que encaje la cabeza del remache.

Para hacer semejante herramienta, partí de un brutal punzón para hormigón, de esos que venden en el "todo a cien".

Maldita la hora.

Fui a dar con la única herramienta de "todo a cien" de buena calidad jamás vista en el universo. Un acero excelente. Algo durísimo que me hizo sudar tinta (y partir un par de brocas, por cierto) hasta ser capaz de hacer el hueco.


Remachar desde dentro del guantelete tampoco es fácil (sujerencia: cortar una de las cabezas del martillo para que quepa mejor ahí dentro)

Todo este proceso va a dejar una serie de remaches asomando por el interior del guantelete, justo a la altura a la que apoyan los delicados huesos de tu muñeca. Y eso no es bueno, así que los protegeremos pegando unas tiras de cuero encima.



¡Ah, se me olvidaba! Ya que estamos, cerramos la pieza de la muñeca con remaches "invisibles".


Una vez tenemos unidas las piezas de la mano, podemos pasar a fijar las correas de los dedos. Hay que ir dedo a dedo, empezando por el centro de la mano, fijando cada dedo con un tornillo antes de marcar el siguiente, siempre a la altura del nudillo. Es importante tomar estas medidas siempre con el guante puesto, si lo haces en vacío lo más probable es que luego el guantelete no te valga.


Taladramos, fijamos, y oye, la cosa parece que va tomando forma.



Este es el momento de tomar medidas para colocar una tira de cuero que cruce la palma. En esa tira recaerá la fuerza cuando cierres la mano, en lugar de hacerlo en el pegamento de las tiras de los dedos.

El remachado final empieza por uno de los lados de esa tira, y después por las tiras de los dedos. Los cuatro dedos llevarán remaches de cabeza redonda; y el pulgar, otro remache invisible.


¿Por qué no hemos remachado el otro lado de la tira de la palma? Fácil: porque entonces sería muy difícil apartar el guante para pegar el acolchado encima de los remaches que sujetan los dedos.


Y ésta es también tu última oportunidad para abrir una de las costuras de la muñeca del guante, y cortar todo lo que pueda sobrar, de forma que todo se pueda pegar al interior de la pieza de la muñeca.

Así que remachas la tira de la palma, pegas el guante a los bordes, y ¡habemus manassas!



Ya sé lo que te estás preguntando: estos trastos, en realidad ¿son cómodos? ¿se pueden manejar los dedos? ¿hasta qué punto son flexibles y manejables?

Pues te diré que son la leche de manejables. Vamos, que hasta se pueden emprender tareas delicadas con ellos. Como por ejemplo... por ejemplo... no sé, creo que, por ejemplo, se pueden repartir las cartas de una baraja con ellos puestos.

¿Que no? ¿Me estás desafiando? Pues mira, a las pruebas me remito:



Lo que yo decía. Cartas perfectamente re-partidas. ¿Son, o no son estupendos estos guanteletes?

Vale, si ahora mismo me diera por hacer otros guanteletes del mismo tipo... varias piezas serían distintas, parte del patrón cambiaría, las técnicas variarían, y, de hecho, retocaría incluso un par de las herramientas empleadas.

Pero, la verdad... ¡Diosssssss! ¿Sabéis lo a gusto que se queda uno cuando acaba un proyecto que empezó hace casi año y medio?

Y ahora la pregunta es: ¿dónde demonios dejo yo estos trastos ahora? Si es que, como no los cuelgue de la lámpara del salón, me parece que ya no me queda más sitio en casa.