lunes, agosto 31, 2009

La cantimplora (1): Intentando que el agua sí se detenga

Ya lo sé, ya lo séeeeee. Ha pasado un siglo desde la anterior entrada. Lógico, oiga, ya avisé que iba a estar de vacaciones de aquí para allá; y que la frecuencia de publicación iba a ser caótica.

Además, aún colean los flecos del revuelto clima de Peracense. Que eso de las grandes cantidades de barro y óxido no se quita solo, que hay que darle al cepillo.

Limpiando la tienda con la ayuda de un sobrinillo. ¡Si no llega a ser por él...!

Afortunadamente, los palos de la estructura volvieron a su ser, después de haberse hinchado con el agua que les cayó. En todo caso, no está de más cuidarlos un poco, y, para eso, todo el mundo coincide en que lo mejor es el aceite de linaza.


Yaaaaa... lo suyo es dejarlos sumergidos en aceite unos cuantos días. Pero es que servidor no dispone de un barril de aceite de linaza en su pisito ¿vale? Así que paciencia y brochita, que menos da una piedra. Y, ya que nos ponemos, incluimos nuestros martillos favoritos en el tratamiento.

Pero todo esto era un tema secundario. Yo, lo que de verdad quería hacer, es contaros mis vacaciones de verano.

...

¿Hola? ¿Queda algún lector por ahí, o todos han escapado despavoridos?

Vale, que no cunda el pánico, que no va a ser tan grave la cosa. Sólo os diré que tuve la oportunidad de ver en la torre de Londres un montón de piezas interesantes. Las armas y armaduras que se pueden ver allí incluyen algunas de las mejores piezas del mundo, como las armaduras de Enrique VIII.

Y, como soy un poco rarito, entre todas las maravillas que allí había, fui a fijarme... en un frasco de cuero. Lo que se llama una cantimplora, vamos.

De la cantimplora en cuestión me llamó la atención que estaba construida con tres piezas, no las dos que suelen usarse habitualmente. Puede que sea un diseño más renacentista que otra cosa, pero el caso es que me gustó.

Lamentablemente, no se podían sacar fotos en el recinto, así que os tendréis que esperar al final de la entrada para ver cómo es este invento.

Básicamente, consiste en una pieza alargada, que irá doblada sobre sí misma formando el cuerpo de la botella, y en dos tapas laterales. La flor hacia dentro, que es lo más impermeable.

Aunque en la foto las tapas terminen en pico, más tarde me arrepentí y decidí hacerlas redondas por ambos lados. Allá cada cual, el diseño en pico también podría funcionar.

Como en realidad no hay mucho misterio en el tema, aprovecharé para explicar (otra vez) con un poco de detalle el proceso de cosido. Perdón, quiero decir MI proceso de cosido; si alguien lo toma como referencia, allá él.

Lo primero es marcar la línea por la que va a ir la costura, pegada al borde del cuero. Puedes hacerlo a ojo, y te quedará estupendamente. Pero, para poder equivocarte a gusto, te hace falta una herramienta especializada, que se llama fileteador, rayador, o reglador.

Si amplías la imagen, verás la línea paralela al borde que se ha marcado con ese fileteador de madera que también se ve en la foto. Tacaño que es uno, los hay regulables bien baratitos. Y siempre puedes utilizar un compás.

El siguiente paso es utilizar la ruleta para marcar los puntos que vas a taladrar para luego coser. Por supuesto, puedes taladrar a ojo, pero la impaciencia suele llevarte a ir espaciando cada vez más las puntadas conforme las vas taladrando.


Si la costura es plana, puedes usar la ruleta en las dos piezas que vas a unir. Si no lo es, lo más probable es que las puntadas tengan que estar ligeramente más espaciadas en una de ellas, así que es mejor preparar sólo una de las dos piezas, y usarla como guía para taladrar la otra.

Y ya sabes. Una lezna bien afilada, y a taladrar. Puede ayudar rascar un poco de cera con la lezna de vez en cuando, para que deslice mejor y no se caliente en exceso (no te rías, llegan incluso a azulear de cómo se calientan).


Sí, efectivamente, la costura va a ser doble.

Es importante empezar a coser por el punto medio. Para esta cantimplora, fui avanzando de lado a lado con dos agujas, para lo cual te hace falta una longitud de hilo de como cinco o seis veces la longitud de la costura que quieres hacer. Ya sabes, hilo encerado.


y vas taladrando conforme avanzas, usando los agujeros ya hechos como guía. Esto es delicado, tienes que tener cuidado de que las piezas queden bien alineadas.

El principio es sencillo, coses las dos tapas desde el punto medio hasta el punto en que se unen todas las piezas, para luego repetir el proceso por el otro lado.


El punto más crítico de toda la costura es donde se juntan todas las piezas. Aquí hay que asegurarse de dejar un cosido bien prieto, ya que es el punto por dónde más fácil es que se salga el agua.

¿Cómo de prietas van las costuras? Pues firmemente, pero sin llegar a partir el hilo cuando lo tenses. Ya sabes, si no te acabas dejando ampollas en los dedos, o es que no lo has tensado lo bastante, o es que tú sí que te has acordado de ponerte un dedal.

Y ya estamos terminando. Más o menos en este punto es cuando deberías hacer la doble costura por todo el cuerpo de la cantimplora, siempre en paralelo a la primera; y continuaremos la costura hasta formar el cuello de la botella, teniendo mucho cuidado de dejar espacio suficiente para el tapón.


¿He dicho tapón? Compré un par de tapones de corcho en el "todo a cien" de la esquina, y preparé uno a golpe de lima.

¿Por qué ese rebaje? La boca de la botella tiene una (doble) costura interna; y otra externa. Hice la abertura interna un poco más estrecha, de forma que el tapón no pueda colarse dentro de la botella, y así, el tapón encaja perfectamente en ambas costuras. Hay otras formas de hacer esto; y además puede ser mejor que hagas el tapón de madera, para que no se pueda partir tan fácilmente como el corcho.


La boca debe quedar tan ajustada al corcho como sea posible, asegúrate de que sea así.

Y, por fin, haces la costura exterior de la boca, recortas el borde superior para que quede redondeado, llenas la botella hasta arriba de agua bien caliente del grifo, colocas el tapón, y la dejas secar. Asegúrate de empapar bien la boca.


¿Por qué agua caliente? Para que el resultado quede un pelín endurecido y rígido.

¿Por qué recalco lo del tapón? Porque es ahora cuando el cuello de la botella va a adquirir su forma definitiva.

¿Dejar secar una botella llena? ¿Cómo se come eso? Pues muy fácil, la botella se vacía ella sola en unas 24 horas. Si soplas en la boca de la botella, incluso verás salir un par de chorrillos de agua donde las costuras unen tres piezas.

Vamos, que la botella no es lo que se dice impermeable del todo. Hará falta aplicarle algún producto impermeabilizante, y ese problema aún no lo tengo resuelto (aunque, si revisas los comentarios de la entrada anterior, verás que ya se van apuntando soluciones)

Así que, a falta de localizar un proveedor de cierto producto muy pasado de moda, dejamos la cantimplora aparcada hasta más novedad.

¡Ah! Al César lo que es del César. La inspiración original proviene del foro de ACHA, y, por supuesto, puedes comprar magníficas cantimploras de cuero terminadas de la mano del maestro Antonio (Lupercio de Canfranc), que, además, está siendo tan amable de aportar su colaboración y sus consejos en el reto del impermeabilizado.

lunes, agosto 10, 2009

Peracense 2009: ¡Que no nos detenga el agua!

Me presentaré: mi nombre es Plomo, del glorioso Clan de Los Aditivos, de la muy grande y orgullosa raza de los Gnomos de los Hidrocarburos. Sí, lo que esos gigantes estúpidos que se hacen llamar humanos a veces conocen como un "hombrecillo naranja de Campsa". Cretinos.

El caso es que os voy a contar la historia de mi viaje.

Mi clan estaba fastidiando a un gigante particularmente imbécil
cuando descubrí unas garrafas de alcohol a las que, evidentemente, no pude resistirme. Los gigantes lo llamaban 'vino especiado', y estaba riquísimo; aunque, para mi gusto, le faltaba un puntito de gasolina sin plomo.

Conseguí meterme dentro de una de las garrafas, y me puse tibio, oyes. Pero al final me debí quedar un poco traspuesto, porque ya no recuerdo nada hasta que me desperté dentro de la garrafa al día siguiente. ¡Y ya no estaba en un edificio, sino en el maletero de un coche!


La cosa no pintaba tan mal; a los gnomos de los hidrocarburos nos encanta eso de los vehículos con motor de explosión, sobre todo si además estás nadando dentro de una garrafa de vino. Pero poco a poco nos adentrábamos en una zona que me empezó a desoctanar bastante. Aquello parecía... parecía... ¡parecía preindustrial! ¡Qué horror!


Y ya cuando llegamos a nuestro destino... ¡Qué espanto, ahí dentro no habían visto un derivado del petroleo ni como disolvente!


Tuve que salir escopetado de la garrafa de vino antes de que descargaran y me pillaran; aunque la volqué sin querer al saltar, y no veas qué expolio montaron los gigantes porque se había derramado vino por el coche.

Yo hubiera preferido librarme de ese par de estúpidos, pero parece que eran mi único billete de vuelta; así que decidí no perderles de vista hasta que volvieran a un sitio civilizado y con suficiente monóxido de carbono para sentirme a gusto.

Lo primero que hicieron los gigantes fue juntarse con otros gigantes, aunque no se llamaban entre ellos "gigantes", sino cosas como "recreacionistas" (sea lo que sea eso) o "Fidelis", o "Iparrecos", o cosas así de estrambóticas. Enseguida se juntaron varios y se pusieron a montar una tienda de campaña muy rara, que no tenía nada de poliester ni de otras fibras sintéticas; sino unos materiales muy extraños que parecía que se obtenían de plantas, o algo así.


Imaginaos cómo son de idiotas; que no sólo mis humanos, sino también los demás, se habían empeñado en poner tiendas de esas tan poco sintéticas por todos los rincones de ese feísimo edificio.


Aquello era un sitio horrible. No sé por qué esos "recreacionistas" se juntaron en un sitio con tantas cosas en cuesta arriba, y todo sin un maldito ascensor. Ya os digo que estos gigantes son bastante estúpidos.


Y los muy pánfilos hasta se quedaron a dormir allí; algunos incluso en unos camastros tan primitivos que daba pánico verlos. ¡Por no tener, no tenían ni clavos! ¡Imaginad!


Aún recuerdo con pánico esa noche. Allí no había ni una mala caldera de agua caliente, ni electricidad, ni nada de nada. Temblando de pavor, me escondí en un hueco de la muralla e intenté conciliar el sueño, mientras los gigantes terminaban de hacer sus cosas y se iban acostando.

¡Y, de repente, se desató el fin del mundo! Salí huyendo del hueco bajo la muralla, por temor a que se hundiera. ¡Todo vibraba y se sacudía, a causa de un espantoso y fiero rugido! Al principio pensé que se trataba de uno de los míticos monstruos de las leyendas de nuestro pueblo, un Ogro de Combustión Interna; o tal vez un terrible Dragón a Escape Libre.

Esperaba ver a los gigantes corriendo despavoridos de un lado a otro; pero casi todos seguían durmiendo tan felices, a pesar de que el suelo temblaba, sus tiendas se agitaban y pequeños fragmentos de piedra se desprendían de las murallas a cada nuevo rugido.

Afortunadamente, pronto comprendí lo que ocurría. Uno de los gigantes parecía estar practicando la vieja técnica de combate de mi pueblo llamada "Ronquido de guerra". ¡Creo que incluso superaba a la vieja abuela Asfáltica, que con una sola siesta acabó de una vez con todo el ejército de un clan rival!

Apenas pude pegar ojo, temblando de terror. Ya había amanecido cuando conseguí conciliar el sueño, pero poco me duraría el descanso. A uno de mis gigantes no se le ocurrió otra cosa que juntarse con otros dos, que se hacían llamar "Kombo" y "Harald", y ponerse a darle martillazos a una cosa que llamaban por ahí "el yelmo de Peracense". ¿Es que no tenían otra cosa que hacer?


Esos dos gigantes eran muy raros. Parecían tan amigos, mientras martilleaban y mientras comían...

Foto cortesía de Maese Gominolo

Pero, después de comer, empezaron a echarse hierro encima ¡y empezaron a pegarse! De verdad que no entiendo a estos humanos.

Yo al principio pensaba que la cosa iba en plan juego, más que nada porque lo que llamaban "espada" no tenía filo; y lo que llamaban "mangual" tenía una bola de goma, en lugar de una de hierro. Pero luego, uno de ellos empezó a murmurar no sé qué de "¡Mira cómo me está dejando el escudo! ¡Ahora sí que se va a enterar!".

Y, efectivamente, ¡le sacudió al otro de pleno en las mismísimas bombas de gasolina!


Ahí fue cuando empecé a pensar que, a lo mejor, los gigantes no eran tan distintos a nosotros: siguiendo las más arraigadas tradiciones gnomas, en lugar de ir a ayudarle ¡empezaron a partirse de risa! Y es que estos gigantes son muy, pero que muy brutos.


Y así siguieron toda la tarde, hasta que anocheció y se pusieron a hacer cosas muy raras. Más raras que las de antes, incluso.

Parece que el castillo era de un tal don Ximeno, pero antes había sido de otro don Ximeno distinto. Y don Ximeno (el que había estado antes, no el don Ximeno de ahora) se estaba acercando al castillo por la noche, y eso tenía octanado a don Ximeno (el de ahora, no el de antes)

Don Ximeno (el de ahora, no el de antes) junto a un fiel escribano y cronista.
Otra foto cortesía de Maese Gominolo.


Al final no llegó el combustible al rebosadero, y los gigantes se apaciguaron, y cenaron juntos, y trasegaron grandes cantidades de alcoholes variados. Y, aunque eran flojuchos, sin gota de hidrocarburos, parece que estos gigantes no tienen nada de aguante; y enseguida empezaron a berrear todos no sé qué de "La novia, el novio".

Y a la mañana siguiente, los gigantes siguieron con lo suyo. Que si martillear, que si bordar, que si coser... Algunos estaban muy activos, llevando mucho hierro encima, y pegando voces. Parecía que preparaban algo para la tarde, pero no tengo muy claro lo que era.

Los gigantes se juntaron para comer, y después, a la hora de la siesta, volvieron los terribles rugidos. Yo al principio me asusté, hasta que me di cuenta de que se trataba otra vez de los ronquidos de guerra. Y después... después comprendí que no eran ronquidos.



Al principio, los gigantes pensaban que era una tormenta pasajera. ¡Idiotas! En una ocasión en la que parecía que caía algo menos, incluso salieron a recoger trastos para irse a la torre y seguir a sus cosas. Y entonces, alguien gritó: "¡Que no nos detenga el agua!"

Una frase absurda, del estilo a "Tranquilos, esta especie es inofensiva cuando ya ha comido" o "No os preocupéis, no son venenosas".

Porque esa fue la señal que hizo que el cielo se abriera, y los elementos arrasaran con el campamento. Y, muy en particular, con la tienda de mis gigantes; que incluso se derrumbó en medio de la laguna que pronto formaron las aguas.

Los gigantes pusieron a salvo lo que pudieron, y luego se marcharon al pueblo, donde les iban a dejar pasar la noche en un pabellón del pueblo. Yo me colé con ellos en el coche, no fuera a ser que luego me dejaran tirado en ese infierno. Y menos mal que lo hice, porque si no, me hubiera perdido el único momento de combustión un poco seria de todo el viaje.


Preparando Queimada con don Enrique de Çaragoça entonando el conxuro.


Yo pensaba que ésto sólo lo hacían mis primos los del clan del Chapapote de las Rías Baixas; y al principio me extrañó un poco el acento propio del Clan de los Surtidores Maños que tenía el gigante que entonaba en conxuro. Supongo que entre los gigantes es distinto a como entre nosotros.

Y al día siguiente, volvieron al campamento. Mis gigantes recogieron su tienda empapada...


...la pusieron a secar...

...y, en general, todos recogieron el campamento antes de que volviera la tormenta.


No comprendo a estos gigantes. Se van a acampar por ahí sin plástico y sin tecnología; expuestos a la naturaleza y a los elementos (algo que nosotros, los gnomos, jamás haríamos). Y, cuando por fin los elementos les dan alcance, los tíos van y escapan a toda prisa. ¡Como que casi no me dio tiempo a colarme en el coche!


¡Menos mal que ya estoy otra vez aquí, en casa, con mi clan! El gigante por fin se ha dejado de hacer el tonto, y ha empezado a sacar aceites sintéticos de todo tipo para quitar el óxido de las cosas de hierro que se mojaron; y para frotar las cosas de cuero. ¡Por fin en casa!

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Más fotos y crónicas del evento aquí:

http://jesusfidelis.blogspot.com/2009/08/los-senores-del-acero.html (Gracias, Jesús)

http://jesusfidelis.blogspot.com/2009/08/recreacion-en-peracense-y-el-cielo-se.html

http://foro.fidelisregi.com/viewtopic.php?id=1240&p=6

Actualizado: las crónicas oficiales del evento, de la mano de la insuperable pluma de don Enrique de Çaragoça, aquí.
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Los elementos desencadenados impidieron terminar el "Yelmo de Peracense" en el mismo evento; una auténtica lástima. Pero espero que en breve podamos dar más noticias suyas.

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Y, por cierto, vaya nuestro agradecimiento a los Fidelis, a los Iparreco, a Sancho de Haro, y, en general, a todos los demás que nos hicieron sentirnos como en casa, incluso cuando estábamos todos jugando a la "ruleta gótica" acarreando piezas metálicas bajo la tormenta eléctrica. ¡Que el agua no nos detenga!

jueves, agosto 06, 2009

Cuento del zapatero y los duendecillos: últimos preparativos para Peracense

Había una vez, hace mucho, mucho tiempo; en un país muy, muy lejano, un armero aficionado que trabajaba con ahínco para tener un equipo medianamente digno para el evento de Peracense.

Nuestro armero se pasaba las mañanas trabajando en su oficina, y por las tardes se esforzaba para mejorar su equipo y sus herramientas. Y, aunque se pasaba el tiempo haciendo cosas, y siempre se acostaba muy cansado, nunca le daba tiempo a terminar de prepararlo todo.

Y, sin embargo, por las mañanas el trabajo que había dejado preparado, aparecía milagrosamente terminado. Y con unos acabados tan magníficos y primorosos, que parecían hechos por unos mágicos duendecillos de delicadas y hábiles manos chapuceros y apresurados, que parecían hechos por unos hombrecillos naranja de Campsa, completamente drogados y bastante cafres.

Por ejemplo, el armero podía dejar preparado en la terraza un viejo tocón de encina. Y, a la mañana siguiente apenas tres años más tarde ¡podía ver los taladros que habían aparecido mágicamente en la madera, lo justo para que encaje una de sus estacas!


Bueno, vale... a lo mejor sólo podía ver los agujeros de bichillos xilófagos que ya estaban allí cuando compró el tocón; pero seguro que de los bichillos habían dado buena cuenta en su momento los hombrecillos naranja de Campsa. O el matacucarachas que el armero repartió generosamente años antes, vaya usted a saber. Pero, con la simple ayuda de un taladro y una broca de pala, el armero pudo completar el trabajo que habían comenzado los hombrecillos naranja y tener listo un nuevo soporte para estacas.

Y el armero, agradecido por el trabajo de los hombrecillos naranja, les dejó todo el serrín del tocón en la terraza, para que los hombrecillos pudieran usarlo para rellenar sus colchones, o para hacer fuego, o para secar sus vómitos del suelo después de una fiesta brutal a base de combinados de ron-gasoil. Lo que ellos prefirieran.

Y, por algún motivo, los pequeños hombrecillos naranja no quisieron llevarse el serrín, que seguía allí a la mañana siguiente.

El armero, extrañado de que sus pequeños amigos no hubieran querido llevarse el serrín, siguió trabajando en el tocón. Planificó cuidadosamente cómo hacer un nuevo hueco de hundir, preparó sus herramientas, lo dejó todo dispuesto y ¡sí! ¡A la mañana siguiente, en la terraza, tenía un precioso...! ¡Montón de serrín con un tocón agujereado encima!

El armero estaba un poco extrañado, ya que los duendecillos hombrecillos naranja de Campsa no parecían estar comportándose según los cánones establecidos. Pero, inasequible al desaliento, cogió su radial con un disco de desbastar, y se lanzó a la tarea. Porque los hombrecillos naranja de Campsa no te ayudan si tú no te ayudas, como el buen armero sabía.

Y de nuevo el armero trabajó duro, y empezó preparando un asterisco, presionando con la radial en sucesivos diámetros.

Llega un punto a una fiesta de asteriscos y llama a la puerta. Le abre un asterisco que le dice: "Tú no, esto es una fiesta sólo de asteriscos". Y el punto responde: "¿Qué pasa, que uno no puede echarse gomina, o qué?"


Y después siguió haciendo diámetros con la radial, hasta que aquello empezaba a parecer un hueco de hundir chapa, y luego le dio vueltas sobre su eje a la radial hasta que la cosa empezó a estar un poco más lisa.



Y el armero seguía trabajando con la encina, que está durísima, y le dió con papel de lija muy, muy gordo, y luego le atizó de martillazos, y después volvió a darle unos toques con la radial, y volvió a lijar, y le dio más martillazos, y lo lijó; y por fin lo dio por terminado. Y, agotado de tanto trabajar, se fue a la cama a dormir.


Y a la mañana siguiente, el armero se levantó y... sí, tal como se esperaba, esos pequeños bastardos de hombrecillos naranja de Campsa habían estado trabajando concienzudamente toda la noche, distribuyendo el serrín por toda la terraza y gran parte de la casa. Pequeños mamonzuelos encantos; toda la noche trabajando sin parar para completar la labor del esforzado armero.

Así que, con una emocionada lágrima de agradecimiento, el armero barrió la casa de serrín y se puso manos a la obra con el accesorio que le faltaba a este tocón. Y descubrió que su síndrome de Diógenes los simpáticos hombrecillos le habían dejado un obsequio: una llave de tuercas de las que se usan para cambiar las ruedas del coche. Con apenas un poco de radial y un mínimo lijado, el armero convirtió la parte acodada de dicha llave en una estupenda cuña con la que sujetar firmemente las estacas.


El armero sabía que aún había mucho trabajo por hacer. Siempre quedaba trabajo por hacer ¡y tan poco tiempo para completarlo! Menos mal que los pequeños amigos anaranjados estaban ahí para ayudarle.

¡Y cómo colaboraron a la hora de preparar los martillos, cinceles y granetes! Durante aquel día, el armero preparó todas las herramientas de mano que iba a llevar a Peracense, para poder lijar las marcas modernas de las mismas, e incluso destrozó (con ayuda de un soplete y un taladro) el mango de fibra de su principal martillo de hundir, para sustituirlo por uno de madera.


Y los jodidos cabrones majísimos hombrecillos naranja estuvieron trabajando toda la noche, hasta conseguir que todos, todos, absolutamente todos los martillos de nuestro armero tengan una cabeza que baile un poco en su mango. Menos el mentado martillo grande de hundir, que no baila, pero que sin duda espera su oportunidad de soltarse limpiamente de su nuevo mango, y marcar una perfecta parábola hacia el objetivo más frágil y caro que se encuentre a tiro.

Al menos, los hombrecillos naranja tuvieron el detalle de dejar a mano el libro de "Dress accessories", donde el armero vio que se estaba complicando la vida más de la cuenta, y que las punteras de los cinturones eran mucho más simples de lo que se pensaba. Así que el cinturón de G. por fin tiene una strap end casi, casi histórica, y, sobre todo, muy simple.


Eso sí, curiosamente, los hombrecillos naranja de campsa no aparecieron por allí para dar ni un solo martillazo. E incluso cuando el armero se puso a coser un zurrón, y les dejó por el suelo todos los recortes de tela y de hilo para que se hicieran ropa nueva; nada, ni caso. Allí que seguía todo a la mañana siguiente. ¡Panda vagos, estos hombrecillos, oiga!


¡Y qué decir del magnífico trabajo que hicieron los hombrecillos con la chapa para hacer yelmos!


El armero se limitó a medir, cortar y limar las piezas...


y los hombrecillos naranja hicieron el trabajo más duro: esparcir la viruta metálica por absolutamente todas las superficies horizontales de la habitación utilizada como taller.


Superficies horizontales que los simpáticos hombrecillos se encargaron rápidamente de cubrir también con serrín de la rama de encina que viene a sustituir a la estaca de tubo...


...y de una nueva capa de viruta metálica, procedente de las estacas a las que disimular un poco las soldaduras modernas.


Como llega el momento de preparar el vino especiado para Peracense... Seguro que los pequeños mamonzuelos esta vez sí que se lo curran en serio, y se lo beben todo durante la noche.

Y es que como para fiarse de los hombrecillos naranja de Campsa. Menudos hijos de... hijos de... de una mujer naranja de Campsa, eso.

Y ahora que lo tengo todo empaquetado y listo para salir mañana rumbo a Peracense, ruego a todos los lectores que no me digan qué es eso que se me olvida. Lo primero, porque ya es tarde. Y, lo segundo, porque esa forma de tocarme las narices sería propia de un... ¡de un hombrecillo naranja de Campsa!

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* Cualquier mención a una empresa de hidrocarburos, real o ficticia, creada en tiempos de Alfonso XIII, es mera coincidencia.

** Todo parecido de los hombrecillos naranja de Campsa con los Nac Mac Feegle es un plagio descarado sentido homenaje a los jodidos pequeños bastardos entrañables personajes creados por el maestro P'Terry, cuyos libros os recomiendo encarecidamente que robéis de un supermercado adquiráis y leáis lo antes posible. Todos ellos.