domingo, noviembre 20, 2011

Viejas herramientas para malla remachada (3): taladrar y remachar.

Ya lo sé, ya lo sé: tengo el blog bastante descuidado. Pues que sepáis que es culpa de Arant: no sé cómo se las ha apañado, pero nos ha convencido para juntarnos una vez por semana a jugar a rol, y eso me quita gran parte de mi tiempo libre. Y más, si me toca de master.

Y oye, que lo único que estoy haciendo últimamente es malla remachada, y eso se come unas cantidades tremendas de tiempo para unos avances casi inapreciables. Como suba el ritmo de publicación, me quedo sin nada que contar en un plis.

Pero bueno, al grano. Habíamos preparado herramientas semi-presentables para hacer los muelles y cortar las anillas; y para solaparlas y aplastarlas. Lo siguiente es preparar algo para taladrar el hueco del remache, y para cerrar el remache en cuestión.

Y, para eso, he descubierto una marca que fabrica productos de lo mas interesantes.

¿Cuándo narices voy a aprender a cobrar dinero por poner este tipo de cosas? Señores de la marca Gedore a la que estoy a punto de poner por las nubes, por favor, sean tan amables de ponerse en contacto conmigo para que pueda proporcionarles un número de cuenta al que efectuar una jugosa transferencia. O, en su defecto, una dirección de envío para hacerme llegar una muestra de productos para forja. (Oye, y si cuela, cuela)

Herramientas de forja... pero ¿qué demonios pretendo usar para taladrar y cerrar los remaches? En su momento, la punzonadora estaba hecha a partir de un alicate, y la remachadora a partir de unas tenazas. ¿Qué herramientas de forja pueden sustituir algo así?

Pues resulta que esta marca tiene una amplia gama de pinzas de forja, incluso en tamaños lo bastante pequeños como para poder utilizarse para trastear con anillas, y que, y ahora viene lo mejor, están hechas en hierro forjado, aparentemente a mano (tengo dos ejemplares del mismo modelo, y son ligeramente distintas)

En la página 18 de este catálogo están las pinzas; y para los herreros demasiado vagos para hacerse sus propias herramientas, también hay unas cuantas cosas bastante interesantes. Yo las he encontrado en la ferretería industrial Rubio, donde han sido extraordinariamente amables a la hora de ayudarme con los encargos de cosas raras que nadie más debe haberles comprado en años.

Uhmmm... vaya, parece que lo he vuelto a hacer. En fin, si los señores de la ferretería Rubio leen esto, ya me podrían hacer una rebajita en próximos encargos ¿no?

Centrémonos, que la cosa empieza a desvariar. Taladrar anillas. Y nada de tornillos raros asomando, así que empecemos por conseguir una pinza con bastante "carne" para hacerle un agujero en el que encajar una punta afilada. Para eso, a mí me gustó este modelo, el más pequeño, claro.

Aunque algo de trabajo por delante sí que hay.


Con un par de cortes, un rato de amoladora, y un pelín de lijado, dejamos la boca de estas tenazas convertida en un par de superficies suaves que cierren bien. ¡Ah! Y ya puestos, eliminamos el número que hay grabado en los mangos.


Ahora falta taladrarla para que quepa una punta afilada, y, en el otro lado, quede el agujero matriz en el que encajará esa punta. Tienen que quedar bien alineados, así que... ¿Por qué no hacer los dos agujeros de una sola vez?


La cosa es fácil, taladras una de las mandíbulas de lado a lado, y sigues un poco más, taladrando la otra mandíbula, pero sin llegar a atravesarla por completo. Calcula que te hará falta una profundidad de al menos medio centímetro para que el punzón quede firme.

¡Ah! Y asegúrate de que la pinza está bien sujeta mientras la taladras, o empezarás a partir brocas a montones.

Ya sabes que es precisamente con esas brocas con las que luego harás los punzones, dejando una punta afilada (cuidado de no destemplarla al afilarla) que asome un par de milímetros. Yo uso brocas de 1,5mm, y me parece que es un buen tamaño para empezar. Más gruesa, te van a quedar agujeros muy gordos, y más fina vas a tener problemas para manejarte con unos remaches diminutos.


En la foto puedes ver, ahí en el medio, la punta en cuestión. Va pegada con cianocrilato para que no se menee, aunque no sé por qué la he pegado ya tres o cuatro veces, y siempre se me vuelve a soltar...


¡Y ya tenemos punzonadora!

Así que vamos con la remachadora. En esta ocasión, nos vamos al más pequeño de los modelos de punta plana.


Éste es muy sencillo. Empezamos por un poco de lijado para eliminar aristas que puedan marcar las anillas, y nos aseguramos de que quede un buen encaje plano entre las mandíbulas.


La zona de la punta tiene que quedar bien pulida, que luego las anillas se marcan con una facilidad pasmosa.


Y ya sólo queda preparar los moldes para los remaches. El esquema de tres huecos que hice en las tenazas me da bastante buen resultado, así que lo he repetido.


Un primer agujero, bien profundo, para que el remache atraviese hasta el fondo. (Lo he hecho del mismo grosor que el de taladrar, pero creo que funcionaría mejor un poco más ancho).

Un segundo taladro del mismo calibre, pero con menos profundidad (a lo mejor un milímetro, o así) para que el remache empiece a cerrar sin riesgo de doblarse en lugar de aplastarse.

Y el tercero, algo más ancho, muy poco profundo, y de forma redondeada. Ojo con no pasarse de ancho o de profundo haciendo este último: es el motivo por el que yo sigo usando la tenaza, y por el que acabo de tener que hacerme con otro par de pinzas.

Y con esto terminamos por hoy. En la próxima entrada, con un poco de suerte, os pongo una demostración detallada del proceso de fabricar y tejer anillas.

Y, por supuesto ¡recortables!

martes, noviembre 01, 2011

Viejas herramientas para malla remachada (2): ¡deformar! ¡aplastar!

Ya tenemos nuestro bastidor nuevo. O viejo. O lo que sea. Tú me entiendes.

Ya somos capaces de convertir el alambre de ferralla en unas bonitas anillitas, de naturaleza saltarina y con afiladas puntas. Es decir: nunca trabajes con ellas descalzo, o con tu perro cerca, porque, tarde o temprano, acabarás tirando unas cuantas anillas al suelo, y se desparramarán, y fijo que las acabarás pisando. Y duele.

Así que lo siguiente que nos toca es preparar el solape de las anillas. Para eso, con unos alicates adecuadamente modificados, cierras y aprietas la anilla hasta tener un solape satisfactorio.

Foto cortesía de Julio del Junco

Enlace
Vaya... ya estamos otra vez... para mí que estos alicates no van a ser demasiado típicos del SXIII. Y ahora, ¿de dónde saco yo...? ¡Espera! Creo recordar que... ¡Sí, en Costumbre medievales tenían algo de esto!


Hace un siglo, Fernando me comentó que vendía estos alicatillos para tejer malla fabricados en hierro forjado. Y, la verdad, dudo mucho que incluso él mismo sepa lo extremadamente adecuados que resultan para esa labor. No sólo las puntas planas van muy bien para abrir y cerrar anillas, sino que el hueco que dejan cerca del eje es ideal para preparar el solape de las anillas a remachar.



Una vez cerradas y solapadas, toca normalizarlas para poder aplastarlas fácilmente. Una posibilidad es fabricarse un braserillo siguiendo estas instrucciones de Coalheart, la otra es confiar en que haya una hoguera allí donde vayas a ponerte con las anillas. Vale, o seguir tirando de soluciones modernas.


¡A ver, deja ya de mirarme así! No, no me voy a poner ahora con la alfarería. ¡Narices, que una cosa es una cosa, y otra muy distinta liarse con absolutamente todos los puñeteros artes y oficios! Así que confiaré en la hoguera, y ya compraré un braserillo cuando tropiece con él.

Y, mientras tanto, vamos a ponernos a aplanar las anillas. Ya en su momento vimos cómo hacer un acuñador que ayudara a aplastarlas de forma más o menos uniforme, y, sobre todo, evitando que saltaran al otro extremo de la habitación.


Pues, si alguno ha seguido mis instrucciones, se habrá dado cuenta de que, a pesar de todo, el éxito es limitado. Uno no siempre coloca bien recto el acuñador, y la anilla no queda correctamente aplastada. Esto es mejorable. ¿Y si le incorporamos directamente un yunque al acuñador, para que sea imposible golpear torcido? ¡A por un trozo de acero y el equipo de soldadura!


Bien, seamos sinceros:

Esto no salió bien a la primera: a los dos martillazos, la soldadura se desprendió.

Ni salió bien a la segunda: a la docena de mazazos a mala gaita (cuando uno hace una prueba de resistencia, la hace a conciencia), también se desprendió.

Y a la tercera... bueno, a la tercera no se desprendió. Claro que... ¿Sabes eso que pone en los manuales de "un cordón de soldadura uniforme y bien acabado"? Vale, pues no es el caso. No es el caso para nada. Está en las antípodas del caso. Qué narices en las antípodas, está en el cinturón de Kuiper respecto al caso. Así que vamos a correr un tupido velo. Tan tupido, tan tupido, que vamos a correr un velo de cuero.


No, no os voy a enseñar una foto de la soldadura. Hasta un chapuzas como yo tiene sus límites, oye. Pero bueno, al menos la cosa ahora aplasta uniformemente las anillas. ¡Eh, y está garantizado que de ahí no salen volando al primer martillazo!


En breve, más entradas al respecto. Pero no, no disimules. Sé que te encanta el rollo de los recortables, y que estás ansioso por continuar con el diorama. Pues aquí seguimos.