martes, agosto 11, 2015

Piquetas: acabando con los robos

Sí, lo confieso. Cada vez que voy a un evento y me llevo la tienda histórica, acabo delinquiendo. Robo a diestro y siniestro.


Bueno, en realidad no es que robe. Es que tomo por asalto sin la más mínima vergüenza a algún miembro del grupo organizador, y le pido piquetas prestadas. Porque es triste pedir, pero más triste es ver cómo sale volando tu puñetera tienda (otra vez) porque las piquetas que tienes no mantienen el tipo cuando la cosa se pone un poquito seria con el agua y el viento.

Y, para qué nos vamos a engañar, las cosas siempre se acaban poniendo un poquito serias con el agua y el viento.

Los grupos que organizan eventos suelen llevar buena logística. Pabellones grandes, toldos... y todo eso hay que sujetarlo bien para que no se caiga. A falta de bosques que talar para hacer estacas de madera de usar y tirar, y dada la tendencia a acampar en roca viva que tenemos, lo cierto es que al final el tema de las piquetas es uno de esos puntos en los que todos miramos hacia otro lado y nos permitimos ciertas licencias.

Y, cuanto más gordas y sólidas esas licencias, mejor. Digamos que varilla de corrugado de 12mm de gorda puede empezar a valer. Desde luego, mucho mejor que esas patéticas piquetas de plantar un iglú pequeño en el suave cesped de un camping.

Como tutorial, esto va a ser un poco lamentable:

1.- Cortas varillas de alrededor de 25cm de largo. Un lado recto, el otro, que será la punta, en ángulo ligeramente agudo.

2.- Cortas un trozo más corto, de pongamos entre 5 y 8cm, para formar una cruz con la piqueta.

3.- Con la amoladora de banco eliminas rebabas que puedan cortar al manipular las piquetas.


En la imagen se puede ver que, en la pieza de la cruz, hay un rebaje. Eso es para que encaje con la pieza principal de la pica y deje más superficie para soldarlas. Sí, he dicho soldarlas. Ya os he dicho que esto no pretende ser histórico.

El rebaje yo lo hice con la misma amoladora de banco, aprovechando la esquina de ese disco de esmeril que siempre usas para el trabajo sucio y que no te importa que acabe desgastado por sitios raros. Y sí, sería más fácil hacer la muesca en la varilla principal, pero eso comprometería su resistencia cuando le metas de martillazos a lo bestia para clavarla en ese infame pedregal donde estás intentando plantar la tienda.

Y a soldar. Yo he aprovechado para jugar con electrodos gordos e intensidades elevadas, que siempre me quedo corto y acabo salpicando y dejando unas soldaduras endebles e inútiles. Y oye, mola. Creo que, de las treinta piquetas que hice, habrá una o dos que no se romperán fácilmente.


Además del corrugado, he usado unos trozos de varilla lisa que tenía por aquí, y que espero que entren mejor en según qué suelos; ya veremos.

Comparándolas con lo que vengo usando hasta ahora, la cosa tiene buena pinta.


Who's your daddy? Who's your daddy??

En el próximo evento, cuando nos vuelva a caer el apocrilipsis (que nos caerá) las pondremos a prueba. Ya os contaré qué tal.

jueves, agosto 06, 2015

Peracense 2015: Domando alcahuetas.


Y llegó la hora en la hora de volver a dar vida al castillo rojo. Considerando que aquello era bueno, los recreadores asistieron gustosos. Mas ¡oh hados esquivos! en esta ocasión la sala de la forja ya no era utilizable, pues las reformas del castillo la habían dotado de un nuevo suelo de madera. Anatema para el fuego ardiente y chisporroteante, enemigo de los golpes sobre el yunque, el suelo, triunfal, expulsó a la fragua de la sala, que quedóse como cuarto de la guardia.

El herrero, inconsolable, se mesó las barbas, se rasgó las vestiduras, y cubrió su cabeza de cenizas. Despojado de la fragua ¿cómo podría arrastrar su enorme yunque hasta aquella lejana y alta torre? ¿a dónde mover yunque y soporte, sin camino resbaladizo e inacabables escaleras que superar? ¿cómo acarrear los innúmeros  martillos, las diversas tenazas, las variopintas herramientas? ¿qué hacer con los pedazos, varillas, listones, pletinas, trozos y retales de hierro que habrían de servir de materia prima, si no podían ser trasladados a tan lejanas tierras e inaccesibles salas?

Alicaído, el herrero dejó atrás sus cerca de dos quintales de equipo y cargó sobre su hombro el zurrón que contenía todas sus herramientas y materiales para hacer malla remachada. Y, reconcomido por el sufrimiento, emprendió el camino al llamado castillo rojo, enarbolando la promesa de preparar un soporte para colocar fragua y fuelle en el exterior. Algún día.

Y el herrero llegó al castillo rojo, y desplegó su tienda en la zona que los capitanes le habían designado, y vio que el suelo era de sólida piedra, y que sus piquetas se doblaban y rebotaban contra ella. Y tomó medidas.



Y en aquel hermoso castillo, en aquella hermosa sierra, sobre aquel hermoso valle, todos los reunidos disfrutaron de aquella hermosa noche, señalada por el hermoso y calmo clima propio de estas zonas semidesérticas durante lo más duro de la agostada estival.



Y todos se regocijaron, y dieron gracias. Y los cielos les recompensaron con un hermoso amanecer, y todos se alegraron y disfrutaron, y contemplaron el valle desde tan privilegiada atalaya.



Cuentan las crónicas que fue en esa misma mañana en la que una valiente partida de caza se adentró en la niebla. Y marcharon, y marcharon, buscando algo con lo que llenar los hambrientos estómagos que les aguardaban en el castillo. Y a fe que lo lograron, pues retornaron al castillo con una lozana cabra que atraparon mientras deambulaba perdida por los montes. Mas un lugareño reclamola como propia y ellos, confiados, allí mismo se la entregaron. Y a no mucho tardar, unos porfiados guardianes de verde sobrevesta, avisados previamente por la partida de caza, presentáronse en aquel mismo lugar en su carro armado de sinople y plata con lámparas de azur, y les hicieron ver que tal vez no fuera aquel el dueño de la bestia, sino un avispado caminante que se vio en la oportunidad de agenciarse una jugosa cena sin necesidad de abrir su bolsa.


Pero los monteros aún así se regocijaron, pues habían contemplado con sus propios ojos un prodigio que les había hecho caer de rodillas y humillarse ante la gloria de Nuestro Señor. Pues la niebla les había desorientado, y, perdida la senda, uno de ellos despeñose y rompiose muy malamente una pierna. Y en aquel mismo lugar, vio frente a sí una imagen de Nuestra Señora María, la madre de Dios. Y alargó la mano para recogerla, y en aquel mismo momento su pierna sanó milagrosamente.

Tomando aquella bella imagen, la llevaron en procesión hasta el castillo para que fuera venerada en la capilla. Y los buenos cristianos han de lamentar que más tarde fue motivo de enfrentamientos, e incluso de agitar de armas de cristiano contra cristiano. Pero el buen freire encargado de la capilla mostró la efigie a los combatientes, y por su intercesión la batalla se apaciguó. Y, alzando los ojos al cielo, el freire comenzó a orar, y todos los cristianos se le unieron.



Aunque aún deberán enfrentar duras penitencias, pues los hechos acaecidos de suso fueron pecados sin duda mortales, y la vergüenza y el oprobio han de caer sobre los participantes. Y entre los ofendedores, hay que destacar a los plebeyos que osaron levantar la voz y hasta el puño contra su señor, aunque el buen hacer del noble señor de Antillón le permitió, tras esa jornada, sumar a sus mucho títulos el de "Domador de alcahuetas". O puede que fuera "Domador de alpargatas", ya que el cronista estaba lejos y no lo escuchó bien.


Y los milites habrán de hacer examen de conciencia y pensar qué puede llevar a enarbolar la lanza contra otro cristiano por una talla de Nuestra Señora. Qué vergüenza y deshonor. Gracias a Nuestra Señora, las lanzas fueron alzadas con mesura, las espadas no hirieron en demasía, y todos los impactos chocaron contra escudos sin llegar a sajar carne cristiana.


Muchos otros fueron los acontecimientos que tuvieron lugar ese día; pues todo el castillo cobró vida y sus vacías estancias fueron, una vez más, cocinas, salas de guardia, capillas, escritorios, dormitorios; y hasta hubo hueco para el taller de un mallero. Aunque un visitante, al pasar, explicara a sus pequeños que ese era el escritorio, y aquel artesano era el escribano. Roguemos a Nuestra Señora que conserve el oído y el olfato a este buen visitante, pues la vista ya le fue arrebatada.


Y se cuenta que no solo las salas, sino que también los patios y recintos del castillo cobraron vida. Y los arqueros dispararon sus saetas, los peones practicaron con sus armas, y los villanos jugaron a pelota


E incluso alguno, laborioso como place a Nuestro Señor, realizaba bellas tallas que decorarían su mobiliario. Y dicen las habladurías que estas son las palabras que fueron pronunciadas por el probo carpintero

[Niños] ¿Qué haces, qué haces?
[Carpintero] Estoy tallando una pieza de mi cama
[Niños] ¿De tu cama?
[Carpintero] Sí, es una cama con cuerdas que se van cruzando, y encima va un colchón relleno con paja.
[Niños] ¡Eso es mentira!
[Carpintero] ¡Cómo que mentira! Venid, venid, que os enseño mi cama
[Padre] Ejem… eso ha sonado fatal
[Carpintero] Sí, ya me he dado cuenta según lo decía…

Mas nada malo podía suceder en los patios, pues la guardia los vigilaba atentamente, y los cambios de guardia hacían las delicias de los visitantes y los propios habitantes del castillo, cuando cada media hora el toque de campana desde lo alto de la torre movilizaba a unos a sus puestos y a otros liberaba de obligaciones.

¡Tolón, Tolón!
-          ¡Caaaaambio de guardia!

¡Tolón, Tolón!
-          ¡Caaaaambio de guardia!

¡Tolón, TolCLANGclocclingclonclong…
-          ¡Mierd…! Oye, recógeme esa campana, porfa.


Y al día siguió la noche, y la noche no estuvo exenta de maravillas, y el canto de los juglares extasió a propios y extraños. Y sabe tú, atento lector, que en las siguientes imágenes que has de ver y escuchar, el audio no es una banda sonora añadida, sino el sonido ambiente del momento.

La noche trajo el sueño, y los habitantes del castillo retiráronse a sus camas. Pero ¡ah, Peracense arisco! el clima no hubo de respetar su descanso, y el vendaval descargó su ira aquella noche, y toldos y tiendas sufrieron de su crueldad, y fueron derribados por su etéreo pero firme puño.

Aterrorizados ante los elementos desencadenados, los moradores del castillo resistieron como pudieron la agitada noche, y amanecieron para descubrir que el alba les había traido nuevas sorpresas. Pues un grupo de soldados rebeldes se habían hecho fuertes en la torre, que hubo de ser asaltada; y las consecuencias de estos hechos llegarán sin duda a oídos de nuestro señor rey, y reverberarán en los futuros hechos del castillo rojo.


Las azañas de estos valientes serán cantadas por las futuras generaciones. Su valor. Su arrojo. Su rotundidad y pericia en el manejo de las armas.


Y los valientes soldados no solo mostraban su pericia con lanzas y otras armas cuerpo a cuerpo, sino que, una vez vacío el castillo de visitantes, se ejercitaron con las temibles armas de asedio. ¡Maestros de la poliorcética, terror de asaltantes, capaces de una precisión sin par! ¡Su dominio de tan poderosas armas les permite incluso disparar hacia atrás, una maniobra al alcance de pocos y que deja a los enemigos inmersos en el más profundo de los desconciertos!




Mas no fueron los únicos tentados por tales máquinas, ya que algún visitante hubo de ser amonestado, cariñosa pero firmemente, a la voz de "Caballero, esa ballesta que está tensando sin permiso y sin tener la más repajolera idea de lo que está haciendo le va a dejar los dientes incrustados en la muralla de ahí delante, tal vez debiera usted estarse quieto."

Y es que todos ellos, villanos y nobles, soldados y artesanos, religiosos y seglares, coincidieron en decir que este año, entre los visitantes del castillo, diose una inusitada abundancia de idiotas, merecedores de azotes y humillación en la plaza pública. Como la dama que dijera a sus retoños, sin encomendarse a Dios ni al diablo "Mirad, esto está aquí para que lo podáis tocar". O el caballero que comentara durante la batalla "Jaja, van con miedo, parece que tengan miedo a hacerse daño", caballero que sin duda se hubiera mostrado encantado de recibir un lanzazo en los morros a plena fuerza. Y, como premio especial, el enamorado que viendo un escritorio sin vigilancia, decidió tomar pergamino y cálamo y redactar una encendida carta a su amada, no sin antes probar el cálamo sobre la impoluta madera de una escribanía que había costado buenos dineros y esfuerzo. Y sepa tan enardecido caballero que su carta, confiscada, fue objeto de pública befa y mofa, con abundantes hipótesis sobre el dudoso grado de fidelidad en su pasada y futura relación.


Y hasta aquí ha de llegar la crónica de lo acontecido en el castillo roquero en este año del señor de MMXV, pues el resto de la jornada hubo de transcurrir entre el desmontaje y el traslado del material hasta las lejanas cuadras en las que estaba nuestro carruaje. Tarea cansada y que dejó huella en este cronista, huella que espero sea efímera, pues el sol quemome la cara y dejome una marca blanca siguiendo la línea de la crespina, marca extraña y sorprendente en el presente siglo, y que sin duda llamó la atención de colegas laborales.

La jornada cerróse con llamada a capítulo, donde se comenta lo acaecido y se realizan propuestas para las futuras mejoras del evento. Y aunque este cronista ha de glosar que no le es cómoda la deriva hacia el rol en vivo que parecía apuntarse, en verdad que es de buenos hombres buscar enmienda y clara guía en el buen criterio y la diversidad de ideas de los participantes.